lunes, 20 de julio de 2009

La segunda independencia de nuestra América propagada

De sábado a sábado
Remberto Cárdenas Morales*
Necesidad de la segunda y definitiva independencia de nuestra América, unidad de nuestros pueblos y naciones, fin de la dependencia del imperio, solidaridad con los pueblos en lucha, cooperación e integración entre las naciones sometidas al atraso, defensa de la democracia participativa, respeto y realización de los derechos humanos, nuestros pueblos actores fundamentales de los cambios en Sur y Centroamérica (incluido el Caribe), exclusión de la guerra entre estados y naciones, rechazo a las bases militares en tanto espacios para la agresión, constitución de gobiernos y de estados en los procesos independentistas, papel de las personalidades en las transformaciones (de la primera independencia y de la actual), las revoluciones (antes y ahora), la urgencia de luchar por la libertad y el derecho a la rebelión de los patriotas de la guerra de la primera independencia. Ésas, entre otras ideas, se propagaron durante las celebraciones del Bicentenario de la Revolución del 16 de julio de 1809.
Es el derecho a la rebelión de los paceños, el rechazo de toda forma de dominación injusta, parte de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, principio puesto a prueba en las revoluciones burguesas de Europa y, especialmente, en Francia (1789).
En lo que fueron las “desgraciadas colonias” de España hubo una forma de rebelión encubierta, la desobediencia, cuando se decía que se acataba lo que disponían los reyes de España, pero no se cumplía. Entonces se afirmaba que luchar contra un régimen despótico (el de la colonia española lo era) constituía un deber sagrado.
El derecho de nuestros pueblos a la insurrección popular fue recogido incluso por el Papa Pablo VI. Ese derecho es el que el Presidente Constitucional de Honduras cree que debe ser ejercido por el pueblo hondureño para expulsar a los golpistas del poder que, ilegal e ilegítimamente, detentan en el país centroamericano. Esa idea ha sido retomada estos días en La Paz y aquella propuesta de Zelaya, creemos, en nada lastima la línea de las elecciones que, aquí en Bolivia y como una forma de lucha, se realizarán en diciembre de este año.
La libertad, principio y práctica que comprende el rechazo a todo tipo de vasallaje, especialmente político, ha sido retomado con fuerza en los discursos gubernamentales y municipales. Así se propugnó la necesidad de contar con pensamiento propio, con gobierno boliviano, con territorio liberado y nada de tutelaje, por tanto, con autodeterminación plena.
Resume ese pensamiento: “Bolivia libre sí, colonia yanqui no”, consigna límpida que los antiimperialistas bolivianos (y latinoamericanos) enarbolamos mucho antes de que un partido, que acabó en la derecha, tomara como nombre la primera parte de esa proclama.
La segunda y definitiva independencia de nuestros pueblos y países es un planteamiento que tiene un basto alcance. Más allá de interpretaciones que respetamos, como la que refiere que cuando se fundaron las repúblicas latinoamericanos, luego de la primera guerra por la independencia, en realidad no hubo emancipación alguna, nosotros pensamos que, a pesar de todo, hubo independencia política, aunque la dependencia económica se preservó como acto sucesivo a la victoria de los patriotas en la guerra liberadora, en la que concurrieron varias formas de la lucha. Por ello, posteriormente se aportó con una definición de las relaciones internacionales de los nuevos estados surgidos luego de los alzamientos indígenas, guerrillas independentistas y guerra regular sostenida por ejércitos también regulares.
La primera emancipación de la América nuestra (obra de indígenas y criollos, como dijo Evo Morales en ocasión del Bicentenario de la Revolución paceña), se entiende como un proceso inconcluso. Por ello, resulta acertada la segunda y definitiva independencia, la que debe concebirse como una etapa esencialmente antiimperialista de la revolución latinoamericana.
Se levantó con fuerza la solidaridad, esto es, el apoyo político entre nuestros pueblos, especialmente cuando están en movimiento y luchan. Estos días el respaldo se reiteró al pueblo hondureño que con múltiples acciones resiste al golpe, al que espera derrotar y, en consecuencia, restituir a Zelaya en el gobierno. Solidaridad, que va más allá de un manifiesto y del aliento a los compañeros en acción, es una parte de aquélla. La otra, tanto o quizá más importante, es la que emprenden nuestros pueblos cuando en su respectivo territorio combaten a los mismos enemigos a los que enfrentan los que reciben la solidaridad política. Cabe subrayar que la derrota de los golpistas en Honduras, será una manera concreta de cerrar el paso a un riesgoso mal ejemplo, será defendernos a nosotros, salir por los fueros de los cambios bolivianos y latinoamericanos.
La unidad de los pueblos latinoamericanos es otra tarea programática que tiene que construirse todos los días. Esta otra idea-fuerza estuvo presente en el discurso y en la acción de los libertadores del siglo XIX, sin que se haya materializado de manera completa y sostenida. Ejemplos de esos intentos son la Gran Colombia propuesta por Simón Bolívar, la Confederación Perú-Boliviana y la República Federal de Centroamérica enarbolada por Francisco Morazán; alianzas a las que sólo se opusieron los imperialistas nacientes y las “roscas” criollas de ese tiempo. Ahora, la integración, la colaboración, la unión de nuestros pueblos y países constituyen un deber ser ineludible, un camino a recorrer: elementos constitutivos de la segunda y definitiva independencia de nuestra América. Es imprescindible, por tanto, subrayar sobre este asunto que sólo a los enemigos de nuestros pueblos y países les interesa que vivamos y luchemos separados. La unión hace la fuerza es lo contrario de: divide para reinar. Estas verdades sencillas por su forma, pero cuya profundidad pocos ponen en duda, han sido dichas y practicadas por los héroes de la primera emancipación inconclusa. El Libertador en un mensaje a los habitantes del Río de la Plata plantea la “unidad en la América Meridional” y Francisco Morazán (nacido en Tegucigalpa y líder centroamericano) considera como una “combinación admirable” lo que denomina “La alianza de los pueblos americanos”. Viene, pues, de lejos la divisa unitaria de los pueblos de esta región la que, además, se construye y se manifiesta en ejemplos promisorios, los que sacan de quicio a imperialistas y empresarios transnacionales.
Sobre la preservación de la democracia, la actual, limitada todavía sobre todo porque lo que producimos (y cómo producimos) no alcanza para repartir de manera que favorezca más y en mayores porcentajes a los que menos tienen, no es la forma de gobierno con la que debamos conformarnos. En rigor, se trata de que en la democracia en funciones se articule otra: la del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Para nuestro gusto eso será, en materia política, el socialismo plurinacional. Sin embargo, para llegar a esta otra formación económica y social es necesario llevar hasta el fin el actual proceso de reformas avanzadas, del que tenemos que ampliar sus luces y achicar sus sombras. Esto quiere decir defender los cambios, consolidarlos y avanzar con botas de siete leguas.
Desde la derecha, como si las celebraciones del Bicentenario hubieran caído en falta gravísima, se dice que se han producido hechos políticos antes que sucesos cívicos. Pero son imposibles las horas cívicas formalistas o que la unción cívica sea químicamente pura. Más aún, un acontecimiento político, como fue el alzamiento popular y la formación de un gobierno propio, el 16 de julio de 1809, no debía celebrarse sin las ideas reseñadas en esta nota. Para decir lo menos, el Bicentenario cobró tres dimensiones: ideológicas, políticas y culturales.
Las ideas-fuerza que se han reproducido fragmentariamente aquí, las que deben entenderse como una extensión de la Proclama de la Junta Tuitiva para este tiempo (lo que no olvida las obras municipales paceñas por las que se saca pecho), están destinadas a la lucha de ideas, a “sembrar conciencia” (como dice Fidel). Por eso, las reproducidas y otras más deben incorporarse en un programa, en algo por lo que debemos luchar en forma resuelta. Sobre todo ahora que incluso desde el gobierno se pide a los movimientos sociales que elaboren programas para una etapa inmediata de la transición boliviana.
Para que la campaña electoral hasta diciembre sea avanzada por sus perfiles y por su esencia se tiene que ofrecer un programa de todo el pueblo, conseguir una organización eficaz y eficiente, lograr la unidad más amplia posible y una conciencia política agigantada. Sólo así se conseguirá una victoria de veras contundente y se caminará en la defensa, consolidación y profundización de los cambios en la formación social boliviana.
La Paz, 18 de julio de 2009.
*Periodista