jueves, 7 de agosto de 2008

A nombre del Sí a nuestras tierras y territorios


Queremos ratificar a Evo Morales Ayma y Álvaro García Linera y así revocar la vieja Constitución Política del Estado. Lo hacemos por horizontes de cambio y por lo mucho que se hizo (especialmente por lo que resta) para que mínimamente se vislumbren ejes sostenibles de revolución; más allá de nacionalizaciones y bonos estatales, Bolivia tendrá que agendar políticas estatales de gestión que articulen programas revolucionarios emergentes, no exclusivamente desde el mundo público-institucional sino fundamentalmente desde la arena colectiva y comunitaria, que orgánicamente ha ejercido pautas democráticas para proponer una nueva Constitución Política del Estado e interpelar y trastornar aquel mundo público-institucional en crisis y descomposición general. Mucha gente, quizás no lo sabemos pero si lo sentimos, intuimos que la fuente programática de cambios recién se inicia, realmente, con la emergencia cada vez más práctica e histórica de una nueva Constitución Política del Estado y una nueva realidad democrática.
Así va la marcha de nuestro proceso constituyente. Una nueva constitución ya viene dando sus primeros pasos, en conflicto con el orden constituido que, como vemos también pugna y se defiende, encarnando intereses concretos en el lugar específico de la crisis, su espacialidad de fuerzas: un recinto de asamblea antes y el sitio primero luego, arena y cuerpo de múltiples realidades sobre tierras y territorios –por sus recursos y valores-.
Lo cierto es que existen procesos que anuncian un fuerte movimiento de parto, confuso e impredecible, s mientras más nos neguemos a aceptarlo más sufrimiento traerá sea su éxito como su fracaso naciente; por lo menos, desde instrumentos constitucionales comunes del pasado -puestos en duda por la razón pública misma (por sus expresiones políticas y jurídicas de hoy)- nadie sería capaz de calcular nada sino que en medio de realidades intuitivas y posibles, poder anunciar solamente un gran alumbramiento.
Ejerciendo referéndum por autonomías y luego revocatorio, durante el 2008, venimos dando una luz verde grande para disponer en el centro de nuestras acciones y decisiones, sentidos nuevos de legalidad y legitimidad en nuestra institucionalidad democrática. Esa conciencia conflictiva pero compartida para convenir en una nueva CPE tiene en estos momentos más valor que cualquier ejercicio regionalista por sí sólo, legalista o fácilmente moralista, figuras violentas, obsoletas y deficitarias respecto a viejas manías y costumbres ciudadanas.
Pero la fuerza que más atrae a nuestra decisión es el espacio conductor manifiesto, entrelazo de nombre y consigna refiere desde siglos anteriores y que a partir del año 2000 se encarna en un despertar de valores -voluntades y recursos-, dimensionando un instrumental público (político) fuerte y gravitante: i) múltiple conciencia de recursos –tierra, agua, gas, vida, etcétera-; ii) derechos extensivos al cuerpo -sexual y reproductivo- y, iii) crisis de soberanía, interpelación a soberanías unívocas, de un Estado (conciencia única) patriarcal –ajeno-, céntrico y falaz; todo esto expresa nuestra lucha por tierra y territorio. Es mejor comprenderlo así, precisamente como valor indígena, originario, campesino pues habita ancestralmente toda posición de soberanía hoy, autodeterminación integral (autonomías indígenas) más allá de cualquier autonomía unívoca, de su ficción legal y legítima; no solamente hacia nuestras interioridades de país sino transversal, con nuestro cuerpo continental común y hacia nuestro planeta, pues un lazo posible de relación con cualquier pueblo antiguo, lo constituyen indígenas de nuestra tierra. En Bolivia asumimos una misión sin modelos sino aportando con lo suyo, textos diferenciados, segmentados y propios; socialismo plural para nuevas generaciones del planeta.
Esa es nuestra productividad indígena, herencia de humanidad concreta y de nuestra no-humanidad también, más allá de lo humano céntrico; propuesta de no-retorno territorial prometeico, más real y viviente que la metáfora falaz de un ser salvaje y puro, porque aquello que habita un nombre –étnico preciso y originario- es, inversamente, energía entrelazada, segmentada y mezclada que alimenta, más allá del propio nombre, e irónicamente así, más allá de una sola y exclusiva tierra y territorio en cuestión o en conflicto. Bolivia, aquí y ahora, cada día más en un mandato que nos atrapa y atraviesa, una órbita distinta pero complementaria emerge desde nuestro territorio y cuerpo en crisis y transformación.
Nuestra humanidad concreta no es tal si no convive con su misión en la tierra, arriba y abajo, visible e invisible: estas crisis en nuestras relaciones sociales son como antípodas de plagas y cataclismos, alimentan hoy una imagen en curso de nuestro medio ambiente, de su posible transcurso de debacle como planeta, en muchos casos y lugares, adverso ya a la vida. Entonces, ésa imagen crematística general que aquí adviene con la imagen de capital general (su muerte metafórica) descifra y comunica con nuestra propia descomposición constitucional, textos y ensayos del caos revocatorio que anuncian hoy mundos alternativos y señales de nueva era, en otro tiempo.
De allí, nuestra actitud de decisión resulta, como casi nunca en nuestra historia democrática, como voto integral y energético: horizontal-político y vertical-ético, mandato a ratificar nuestras voluntades para descomponer y reconstruir nuestras tierras y territorios, compromiso con nuestro cuerpo, contra formas de opresión y auto-opresión, con nuestra conciencia plural emergente y con nuestra voluntad abierta de vida plenamente terrena –territorial-.

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